¿A qué estaríamos dispuestos a renunciar, nosotros los europeos? / As Europeans, what would we be willing to accept?

e-IR would like to thank Marcia Vera of the University of Sheffield for the English translation of this article (which can be found below) and Louise Danks of the University of Plymouth for additional editorial assistance.


En 1992 tenía 12 años, era solo un niño… en Génova, naturalmente, se celebraron los 500 años desde el llamado “descubrimiento”. Un genovés, Cristóbal Colón, por casualidad chocó con una pequeña isla del Caribe y desde aquel día muchas cosas cambiaron. De las contra-celebraciones se me quedó en la cabeza sobre todo un eslogan, muy llamativo: “1492, no aceptes carabelas de un desconocido”.

En 1996 tuve mi primera oportunidad de conocer aquellas islas. Guadalupe fue mi destino, junto a otros jóvenes como yo que participaron en el programa de la entonces Comunidad Europa, “Juventud por Europa”. Esta rara “pertenencia” de la isla al territorio francés nos permitió crear uno de los primeros proyectos de intercambio cultural entre jóvenes europeos. Pero aquellos negritos de allá, en realidad poco tenían de europeo. Sin embargo, algo que nos acomunaba había: la televisión, los Hi-Fi, los CD, etc. En cualquier casa, también las más pobres (estoy hablando de tugurios de 4 metros cuadrados y techo de láminas), ciertas cosas no podían faltar. Al lado de las rincones más pobres resaltaban los edificios de la administración francesa o los hoteles para los turistas europeos o norteamericano. Por primera vez aprendí el verdadero significado de la palabra desigualdad.

En 1998 volví al Caribe, esta vez a Cuba. Sentí algo distinto, misma pobreza en otro mundo, menos desigual. A la vuelta de Cuba empecé mi carrera: ciencias política. Quería entender de qué derivase tanta desigualdad y como fuese posible que yo siguiera manteniendo un nivel de vida tan privilegiado, y otros, “lo de allá” siguieran empobreciéndose. La música, la literatura, el cine, me llevaron a interesarme sobre todo a Latinoamérica hasta que, por fin, pude volver allá varias veces, trabajando o cooperando. En cada ocasión intentaba mirar al continente con ojos críticos, pero sobre todo sabiendo desde qué situación de partida lo estaba mirando.

El año pasado decidí volver a estudiar para seguir profundizando esta mirada crítica y para entender mejor las relaciones entre Europa y América Latina. El libro que acabo de publicar es la edición de mi tesis de Máster, pero sobre todo es el producto de varios años de inquietudes y preguntas: ¿por qué yo tengo este nivel de vida y un bananero nicaragüense no? ¿por qué un agricultor europeo puede tranquilamente afiliarse a un sindicato y un campesino colombiano no? ¿estaríamos dispuestos nosotros europeos a aceptar nuestros niveles de vida si ello asegurara una mejora de los niveles de vida de los más pobres o indigentes del sur del mundo? ¿seguiremos gastándonos dinero en productos superfluos exigiendo después bajos precios en los alimentos u otros productos básicos que se producen en el sur? ¿estaríamos dispuestos a pagar más por un producto europeo no subvencionado o por un producto latinoamericano que no se produce en nuestras tierras?

Todas estas preguntas, se las hacen cuotidianamente los que creen y participan en el movimiento del comercio justo (CJ), un movimiento desde abajo que ha originado una nueva manera de entender la producción y el consumo, una nueva manera de entender nuestros estilos de vida, seguramente privilegiados. El movimientos del CJ, se está expandiendo también en América Latina sobre todo a partir de los años ’80. Realidades como la mexicana, la ecuatoriana o la peruana son unas de las más vivas pero todos los países latinoamericanos ya tienen sus propias experiencias nacionales de CJ. Además, se están creando redes a nivel continentales como pueden ser la Coordinadora Latinoamericana y del Caribe de Pequeños Productores de Comercio Justo (CLAC), la Red Latinoamericana de Comercialización Comunitaria (RELACC), la Mesa de Coordinación Latinoamericana de Comercio Justo (MCLACJ), la Red Intercontinental de Promoción de la Economía Social y Solidaria (RIPESS) o la Asociación Latinoamericana de Comercio Justo IFAT-LA, creada a partir de la Internacional IFAT (International Fair Trade Association).

El CJ en América Latina está creciendo, es indudable, pero es muy difícil pensar que logre las dimensiones que poco a poco está adquiriendo en Europa. Para eso se necesitarían enormes esfuerzos por parte de los países latinoamericanos en aumentar el comercio Sur-Sur, a pesar de que sus economías sean prevalentemente competitivas y no complementarias. Además, sin el cambio de mentalidad en el Norte y sin un cambio de las reglas del comercio internacional, los medios en mano de los países del sur siguen siendo limitados.

Para que el CJ siga creciendo en América Latina se necesita el compromiso de las instituciones nacionales: aparte algunos Gobiernos como el de Evo Morales o de Rafael Correa, que explícitamente hacen un llamamiento a la comunidad internacional para que apueste por un comercio con justicia, son pocos los que han tomado en serio las prácticas de CJ ya presentes en los respectivos países. Un ejemplo positivo es la creación, al interior del Ministerio de Trabajo y Empleo de Brasil, de la Secretaría Nacional de Economía Solidaria que, por ejemplo, junto al Foro Brasileño de Economía Solidaria, analizó la situación nacional con respecto a las actividades de la economía con justicia: en 2007 se contaban más de 21.000 actividades económicas solidarias (no todas ligadas al CJ) con un número de trabajadores de 1.687.496 personas (el 62,6 por ciento hombres y el 37,4 por ciento mujeres) y una media anual de 1.500 nuevas actividades entre 2003 y 2007, mientras que en los años noventa el promedio era de 85541.

Por su filosofía, reflejada enteramente en sus principios básicos, el CJ podría representar una óptima estrategia para el cumplimiento de los Objetivos del Milenio, y en la lucha contra la desigualdad. Contra la desigualdad y no contra la pobreza. Creo que esta aclaración sea muy importante: la lucha contra la pobreza tiene un solo objetivo, bien localizable geográficamente. Pero si hablamos de desigualdad el objetivo no se encuentra solo en Sur, porque la desigualdad entre norte y sur del mundo también tiene que ver con la manera en la cual se han desarrollados los países del Norte.

A este propósito es muy interesante el trabajo de Ha-Joon Chang que, a través de un análisis histórico de las políticas económicas implementadas por los actuales países desarrollados en sus momentos de camino hacia la industrialización y el desarrollo, nos desmonta una series de mitos que organizaciones internacionales como el FMI, el BM, las mismas Naciones Unidas y gran parte del mundo académico, respaldado por las grandes editoriales y por los grandes medios de comunicación, siguen asegurándonos como indiscutibles al 100 por ciento, sin contarnos lo que de verdad hay detrás de estos mitos. Leyendo a Ha-Joon Chang (y muchos otros autores) nos damos cuenta de que los consejos, condicionados a préstamos del BM o del FMI, son muy hipócritas, porque provienen desde países desarrollados que en su momento de desarrollo han aplicado políticas proteccionistas, desarrollistas, de substitución de importaciones, en general de defensa de la propia industria naciente. Son las mismas políticas que ahora no se quiere que implementen los actuales PED.

¿Cómo deberían entonces avanzar éstos hacía el desarrollo? ¿Es casualidad que los motores de la economía latinoamericana, Brasil y México, sean también los países con el mayor nivel de desarrollo industrial? Según el autor, los países desarrollados están “retirando la escalera”[i] a los PED, obligándoles a llegar al mismo desarrollo sin permitirles seguir los pasos previos que todos los países desarrollados han seguido. Según un atento estudio histórico de las estrategias de desarrollo de países como Inglaterra, Estados Unidos, Alemania, Francia, Suiza, Bélgica, los Países Bajos, Japón, Corea y Taiwán, durante los siglos XVIII, XIX y XX, Chang demuestra cómo ninguno de estos países adoptó un sistema de comercio verdaderamente libre durante sus fases de desarrollo.

Pero entonces, ¿podemos esperarnos un cambio desde arriba de las reglas del comercio internacional?, o el CJ seguirá siendo una realidad utópica? Como muchas formas de lucha el movimiento del CJ es solo una vía para emprender un cambio y un mejoramiento de las sociedades en las cuales vivimos. Pero, por ejemplo, tiene algo más que la simple ayuda al desarrollo: comerciar con justicia no significa solamente pagarle un justo precio al trabajador del Sur, sino sobre todo permitirle trabajar en condiciones humanas y llevar a cabo una vida digna, como las que podemos llevar nosotros aquí en Europa. Al mismo tiempo comerciar con justicia significa construir con el partner comercial una relación comercial duradera, solidaria y basada en el respeto recíproco. Ello no puede que tener consecuencias positivas en tanto el Sur como en el Norte.


In 1992 I was 12 years old, I was just a kid… In Genoa, naturally, they were celebrating the 500 years since the so called “discovery of America”. A Genoese, Christopher Columbus, by chance landed on a small Carribean island and since that day many things have changed. From the protests against that event, one statement sticks in my head: “1492, Don’t accept caravelles from a stranger”.

In 1996 I had my first chance to meet those islands. Guadalupe was my first destination, I went with other young people that, like me, participated in the programme “Youth for Europe” of the so-called European Community. This strange “ownership” of the island to the French territory allowed us to create one of the first projects of cultural interchange among Europeans students. But the “negritos” from there, didn’t have too much experience of Europeans. However we share some things: the TV, hi-fi, CDs, and so on. In any house, even in the poorest ones (the houses are 4m2 and with sheet roofs), certain things could not be absent. Next to the poorest places stand out the buildings of the French administration or the hotels for the Europeans or American tourists. For the first time I learned the meaning of the word inequality.

In 1998, I came back to the Caribbean. This time to Cuba. There I felt something different, the same poverty but in a less unequal world. Returning from Cuba I started my studies: Political Sciences. I wanted to understand from where so much inequality comes and how it is possible such a priviledged life, and others, “the ones from there” keep getting poorer. The music, literature and the cinema of Latin America made me get more interested in the region, until finally I returned there many other times as a worker or volunteer. In each opportunity I tried to look at that continent with a critical view, but knowing from which position I was looking.

Last year I decided to study again with the purpose of deepening this critical view to understand better the relations between Europe and Latin America. The book I just launched is the edition of my master’s dissertation, but more than that is the summary of many years of questions and concerns: why do I have this quality of life and a Nicaraguan banana worker it doesn’t? Why can a European farmer easily join to a labour union and a Colombian peasant cannot? Would we, the Europeans, be willing to accept lower living standards if it ensured an improvement in living standards of the poor or indigent of the Southern world? Will we continue spending money on unnecessary products and then demanding lower prices for food and other commodities that are produced in the South? Would you be willing to pay more for a European non-subsidised product or for a product of Latin America?

All these questions must be considered daily for those who believe and participate in the movement of fair trade (FT), a movement “from the bottom” that has created a new way of understandingproduction and consumption, a new way to understand our lifestyles, surely privileged as they are. The FT movement has been expanding to Latin America since the 1980s. Realities such as the ones lived in Mexico, Ecuador or Peru are the most successful; however, all the Latin American countries already have their own experiences of FT. Moreover, continental networks have been created such as the Coordinator of Latin American and Caribbean Small Producers (CLAC), the Latin American Network of Community Marketing (RELACC), the Latin American Coordinating Bureau of Fair Trade (MCLACJ), Intercontinental Network for the Promotion of Social Solidarity Economy (RIPESS) or the Latin American Fair Trade Association IFAT-LA, created from the International IFAT (International Fair Trade Association).

There is no doubt that FT in Latin America is growing, but it is very difficult to achieve the scale that is gradually gaining in Europe. This will require enormous efforts by the Latin American countries to increase South-South trade, despite the fact that their economies are more competitive than complementary. Furthermore, without a change of mentality in the North and without a change in international trade rules, the opportunities in the hands of the Southern countries remains limited.

To ensure that FT keeps growing in Latin America requires the commitment of national institutions: apart of some governments such as that of Evo Morales (Bolivia) and Rafael Correa (Ecuador), who explicitly call upon the international community to back trade justice, few others have taken seriously the FT practices already present in their respective countries. A positive example is the creation of the Secretariat of National Solidarity Economy in Brazil, within the Ministry of Labor and Employment. This, together with the Brazilian Solidarity Economy Forum, discussed the situation regarding the activities of the economy as related to trade justice: in 2007 there were more than 21,000 economic solidarity activities (not all related to FT) with 1,687,496 workers participating (62.6 per cent males and 37.4 percent women) and an average of 1,500 new activities between 2003 and 2007, while in the 1990s the standard was 85,541.

Considering its philosophy, reflected in its basic principles, FT could represent an optimal strategy for meeting the UN Millennium Development Goals and combating inequality. Against inequality and not against poverty. I think this is a very important clarification: the fight against poverty has only one objective, well located geographically. But if we talk about inequality the objective is not only in the South, because the gap between North and South of the world also has to do with the way in which the countries of the North have been developed.

Regarding this point it is important to note the very interesting the work done by Ha-Joon Chang: through a historical analysis of the economic policies implemented by developed countries in their road to industrialisation and development, he dismantles a series of myths perpetuated by international organisations such as the IMF, the World Bank and the United Nations itself , alog with much of academia, supported by the big publishers and the mass media. Reading Ha-Joon Chang (and many others) we can realise that prescriptions of liberalisation from these organisations, as conditions of loans from the IMF or World Bank, are very hypocritical, because they come from developed countries that have implemented protectionist policies, that substitutes imports, usually in defense of an infant industry. Those are the same policies that now they do not want to be implement for the current developing countries.

How then, should poor countries move towards development? Is it coincidence that the engines of the Latin American economy, Brazil and Mexico, are the countries with the highest level of industrial development? According Chang, developed countries are “kicking away the ladder”1 from developing countries, forcing them to reach higher levels development without allowing them to follow the previous steps that all developed countries had implemented. According to a detailed historical study of the development strategies of countries like England, USA, Germany, France, Switzerland, Belgium, the Netherlands, Japan, Korea and Taiwan, during the eighteenth, nineteenth and twentieth centuries, Chang shows how none of these countries adopted a truly free trade system during its development.

But then, can we expect a change from “the top” of the rules of international trade? Will FT will remain a utopian reality? As with many other forms of resistance, the FT movement is only one way to initiate a change and an improvement of the societies in which we live. But, for example, it offers more than just aid for development: trade justice is not only to pay a fair price to the workers of the South, but above all allows them to work under humane conditions and to conduct a dignified life, like the one we can have in Europe. At the same time, dealing justly means to build a lasting business relationship with the commercial partner, based on solidarity and mutual respect. This may have a positive impact on both: the South and the North.

Marco Coscione, the author of “El Comercio Justo: Una alianza estratégica para el desarrollo de América Latina”, is an Italian political scientist, deeply interested in social and political situation of Latin America.


[i]Ha-Joon Chang (2002): “Retirar la escalera. La estrategia del desarrollo en perspectiva histórica” (traducción de Mónica Salomón del original Kicking Away the Ladder: Development strategy in Historical Perspective, Wimbledon Publishing Company Limited), ICEI-IUDC-Los Libros de La Catarata, Madrid, 2004.

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